lunes, 6 de julio de 2009

.::Cosas infinitas::.

Y ahí estábamos, tu sentada y recargada contra la pared, yo acostado en el piso viendo tu rostro contra la luz de un farol callejero.

Hablamos de tantas cosas que incluso el aliento nos faltó en algunas ocasiones. Debo confesar que me costaba entender lo que decías pues, aunque ya habían pasado más de tres días desde nuestro primer encuentro, seguía deslumbrado por ese sutil contraste entre el color de tus ojos y el de tu piel.
Me perdía continuamente en tus labios, pensando si eran de seda o si era posible que la piel pudiese llegar a ser tan suave y adoré secretamente el aroma de tus hombros; a madera, a caoba en pleno octubre.